De La Composición del Genio
Por Adolfo De Lima
adolfo9769582@gmail.com
ucvemprende@gmail.com
Al comenzar a escribir este
artículo, no solo me preocupaba que tuviese muchas otras cosas por hacer, sino
que vengo de hacer muchas otras. Ayer me trasnoché terminando una investigación
con cuyos resultados trabajé hoy todo el día y hoy me toca trasnocharme
también… Mañana no será muy distinto. Cuando nos planteamos un objetivo firme y
a largo plazo, nos encontramos con tantas oportunidades que nuestra propia
determinación nos abruma, sin querer, entre millones de responsabilidades. Sin embargo, entre el cansancio, los nervios y el miedo a fracasar,
surge con fuerza el placer no solo de saber que hacemos lo que nos gusta, sino que
trabajamos por lo que queremos. Pero por más que la felicidad sobrepase lo negativo, el cuerpo
sobre usado a veces exige descanso, bloqueando la capacidad para generar alguna idea
útil; cual mono de cuerda con sus platillos, mi cerebro no sirve para mucho en
este momento.
Las grandes lecciones de vida
vienen de los lugares menos esperados. Una de las personas que más influyó sobre mi carácter fue
mi profesor de composición (nótese que
alguna vez fui estudiante de música, no a confundirse con músico, no merezco
tal honor). De la gran reserva de cosas sabias que recuerdo haber oído de él,
recuerdo que al justificar con falta de inspiración una composición a medio
hacer que debía entregar ese día, me dijo que entonces no había trabajado lo
suficiente. Dijo que si conoces el método (la técnica compositiva), entonces lo
que queda es trabajar para fijar un objetivo (una pieza con determinadas
características) e implementar el método; trabajar para alcanzar el objetivo.
Si desconocemos el método para alcanzar algún objetivo, investigamos o
tanteamos para alcanzarlo: trabajamos.
Desde ese día mi mayor fuente de
“inspiración” ha sido el trabajo: a
menos que no nos dediquemos en pleno a confrontar los problemas que queremos
resolver –o las responsabilidades que queremos cumplir- lo único que
permanecerá es esa vocecita que nos recuerda siempre que hay algo que debemos
resolver, pero que aún no sabemos –o no tenemos- como. Los “bloqueos” vienen de la falta de métodos u
objetivos, superarlos es cuestión de trabajar, incansablemente, para trazar
objetivos y buscar -o crear- métodos que nos indiquen a donde ir y como llegarle.
He ahí la razón de ser del
“¡Eureka!”, no por inspiración divina ni porque algún nervio clave hizo
contacto casual con otro, ni porque nos dijimos “Piensa, piensa, pieeensaaa…”
como decía Jimmy Neutron antes de resolver problemas de la nada con su ingenio.
Funciona porque ese problema que nos molesta, ese problema al que estamos
dedicados a resolver, que nos atormenta y nos persigue desde que nos levantamos
hasta que regresamos a la cama, ese problema es sujeto de nuestra constante
atención y por ende de nuestro trabajo para trazarnos un objetivo concreto o
idear un método para resolverlo.
Fue así como redacté este texto a
pesar de mi malestar: Sencillamente me senté frente a la computadora, me tracé un objetivo (un tema) y comencé a escribir. Lo demás, como
bien dirían algunos, es carpintería.
Como
bien concluyó mi profesor su lección: “Decía
un tipo, no importa quien: <<El genio es 1% inspiración, 99%
transpiración>>”.